En lo profundo de la espiral, donde la suerte es un eco vacío, nos deslizamos como sombras en el laberinto. Cuatrocientos latidos marcan el ritmo de nuestra existencia, entre la razón y el caos, en un baile eterno donde el silencio es nuestro único compañero.
Los recuerdos se desvanecen como suspiros de la memoria, perdidos en el abismo del tiempo. En las noches más sofocantes, habitamos el fuego que consume nuestros sueños, entre murmullos que susurran secretos olvidados.
En el umbral nos encontramos con demonios de gestos ambiguos y miradas que penetran, destilando veneno en cada palabra. En la danza de la desesperación, nos sumergimos, distraídos por nuestras propias voces en la oscuridad.
Tenemos presentes las hermosas vistas que dejamos atrás en nuestro errante deambular por el abismo interior, en cada esquina, en cada giro de dolor y anhelo. Avanzamos sin rumbo fijo, navegando por el río de la eternidad, en busca de la luz que se oculta en los rincones más blandos del alma atormentada.